Rod y Anne. Así se llamaban los dos afortunados niños que fueron elegidos para ir a ver al mismísimo Papá Noel en el Polo Norte. Se lo habían ganado en esas promociones que anuncian todas las navidades en las Jugueterías.
Un mágico trineo fue a recogerlos a las puertas de sus casas, y volaron por las nubes entre música y piruetas. Todo lo que encontraron era magnífico, ni en sus mejores sueños lo habrían imaginado, y esperaban con ilusión ver al adorable señor de rojo que llevaba años repartiéndoles regalos cada Navidad. Cuando llegó el momento, les hicieron pasar a una grandísima sala, donde quedaron solos. El salón se encontraba oscuro y vacío: sólo una gran mesa a su espalda, y un gran sillón al frente. Los duendes les avisaron:
- Papá Noel está muy ocupado. Sólo podrá verlos unos segunditos, así que aprovéchenlos bien.
Esperaron largo rato, en silencio, pensando qué decir. Pero todo se les olvidó cuando la sala se llenó de luces y colores. Papá Noel apareció sobre el gran sillón, y al tiempo que aparecía, la gigantesca mesa se llenaba con todos los juguetes que siempre habían deseado ¡Qué emocionante! Mientras Rod corría a abrazar a Papá Noel, Anne se giró hacia aquella bicicleta con la que tanto había soñado. Sólo fueron unos segundos, los justos para que Rod dijera "gracias", y Santa Claus le entregara un pergamino, un pequeño pedazo de papel enrollado, y para que desapareciera antes de que Anne llegara siquiera a mirarle. Ella sintió que había desperdiciado su gran suerte, y lo había hecho mirando los juguetes que había visto en la tienda una y otra vez. Lloró y protestó pidiendo que volviera, pero al igual que Rod, en unas pocas horas ya estaban de regreso en casa.
Desde aquel día, cada vez que veía un juguete, sentía primero la ilusión del regalo, pero al momento se daba la vuelta para ver qué otra cosa importante estaba dejando de ver. Y así, descubrió los ojos tristes de quienes estaban solos, la pobreza de niños cuyo mejor regalo sería un trozo de pan, o las prisas de muchos otros que llevaban años sin recibir un abrazo u oír un "te quiero". Ahora al contrario de lo que sucedió aquel día en el Polo Norte, en que no había sabido elegir lo más importante, aprendió a caminar en la dirección correcta, ayudando a los que no tenían nada, dando amor a los que no lo conocían, y regalando sonrisas a las personas que miraban tristes en las calles.
Rod al abrir el pergamino, se dio cuenta que muchas cosas buenas que diariamente nos dicen, basta con aplicarlas para que el mundo cambiara. Miró el cambio que Anne y él experimentaban, ella por no haber visto a Santa, él por haber leído el misterioso pergamino.
Los dos niños con sus actos llegaron a cambiar el ambiente de su ciudad, y no había nadie que no los conociera ni les estuviera agradecido.
Así pasó que una Navidad, mientras Anne dormía, sintió pasos en la sala. Abrió los ojos y corrió hasta donde provenían el ruido. ¡Qué alegría, era Santa!. Lo reconoció por las barbas blancas y el traje rojo, y lo rodeó con un gran abrazo. Así estuvo un ratito, hasta que Anne dijo con un hilillo de voz acompañado por lágrimas.
- Perdóname. No supe escoger lo más importante.
Pero Papá Noel, respondió con una sonrisa:
- Ya pasó mi niña. Hoy era yo quien tenía que elegir, y he preferido elegirte. Por tus buenas obras has ganado el pergamino de Navidad, prefiero darte este regalo antes que dejarte en la chimenea la montaña de regalos que otros niños habrían deseado. Si lo compartes con tus amiguitos, ellos también se convertirán en los guardias secretos de Santa. Los que cambiarán el mundo para bien. ¡Gracias Anne! A la mañana siguiente, parecía que todo había sido un sueño, pero ¡que sorpresa! En la cabecera de la cama estaba el viejo pergamino suavemente enrollado.
- Esa Navidad para ella y Rod, el regalo había sido tan, pero tan grande, que sólo cabía en su enorme corazón.
Adaptacion de un Cuento de Pedro Pablo Sacristan
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